No es lo que fui, es lo que soy

pablo

Una mañana cualquiera, pongamos que fuera la de hoy, te miras al espejo y te observas detenidamente. De acuerdo, no te puedes dedicar con la parsimonia que te habría apetecido pero, aun así, tienes tiempo suficiente para observar las marcas del pasado en tu piel. Están allí. Son tan evidentes que te preguntas cómo es posible que no las hubieras visto antes. Están. Te surcan. Te dividen. Te juzgan. Te condenan. Te liberan.

Somos implacables. Lo somos más de lo que lo son. El tiempo no cura las heridas por más que te dediques a lamerlas. Las marcas seguirán allí y sólo puedes aprender a vivir, a convivir, con ellas, a observar cómo cambian el gesto de tu rostro, de tu mirada, de tu vida. Se esconden unas tras las otras, se llevan lo que fuiste y construyen lo que serás en base a lo que eres. Somos implacables, sí, lo somos con nosotros mismos porque jugamos a ignorar las marcas a pesar del dolor que eso nos produce. Las maquillamos aun sabiendo que siguen allí, las tapamos bajo capas de cualquier engendro químico para que pasen desapercibidas y aparentar que todo es perfecto al otro lado de esa capa roja que tantas veces nos ha ayudado a volar.

Yo volé. He volado alto. He llegado tan arriba que las nubes me parecieron simples compañeras de viaje porque me acostumbré a ellas. He caído. Hondo. He caído y me he hundido. Y luego me volví a levantar, a sacudir el polvo, y a buscar una nueva capa, tal vez todavía mayor, que ocultara las señales de esa caída. Caes, te pones de pie. Miras atrás. Miras adelante. Sólo tienes una opción, “sigue andando”. “Sigue andando”. “¡Que sigas andando…!”.

Sigo. Las marcas están en la piel. En mi piel. Ya no son sólo señales, son tatuajes que se expresan por mi. A veces gritan, en otras ocasiones susurran. Tú las lees. Tú las interpretas. A ti te dan igual porque ni tan sólo te has detenido a mirarlas. Están ahí porque la vida las puso. Y me gusta. Me encanta que sea así. Me encanta porque me construyen, me recuerdan que lo que soy es fruto de mil experiencias y vivencias, de mil decisiones que han construido un camino que, inexorablemente, es el resultado de cada opción que elegí y de cada renuncia que hice. Me encanta porque me indican que siempre hay un destino, sea cuál sea el próximo sendero que decida recorrer.

El destino. No es lo que fui. Eso lo sé. Lo que fui es pasado. Es historia. Lo que fui son mis marcas. Son las arrugas de mi frente o la cicatriz en mi párpado. Lo que fui está en el rastro de mi mirada y sólo es eso, un rastro que dejo para que otros puedan seguir mi camino y andarlo a mi lado. Pero no es lo que fui, siquiera es lo que seré. Es lo que soy. Hoy. Ahora. En esta sala. En este momento. Con esta Coca Cola a mi lado. Con el sonido de las teclas de fondo, con mis pensamientos convertidos en una fuente desbordada de emociones. Es lo que soy. Y lo que soy, lo he decidido, me gusta. Sí. Me gusta. Soy yo. Y creo que no hay nadie mejor que yo para ser quién soy.

Por eso, hoy, yo apuesto por mi.

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