¿Eres feliz?

En silencio, Adriana se volvió a sentar y se llevó las manos a la cara.
Lloraba desconsoladamente. Su mundo volvía a romperse, a desmoronarse cómo un castillo de arena tumbado por una ola. Adriana recordó los veranos en la playa de Sitges, con una familia que nunca le había demostrado cariño, intentado aparentar aquella felicidad que, en el fondo, jamás había conocido. Demasiados recuerdos.
Me ocurrió la semana pasada. Y es curioso, porque es uno de aquellos instantes entrañables que suceden en la vida, y que, al igual que pasa con los recuerdos más dulces, lo disfrutas más mágicamente después de que cierto tiempo haya transcurrido.
No importa el motivo, tampoco el lugar más allá de indicar que era en un párking público, donde él es uno de los trabajadores habituales que, por tal motivo, me tiene lo suficientemente visto como para que exista el primer paso hacia lo que se podría llamar «confianza«.
Quizás por aquella razón me lo preguntó sin avisar.
– ¿Eres feliz?
– Sí, claro.
Respondí sin pensar… Yo, sin pensar, sin detenerme a valorar mis palabras, sin, apenas, analizar su mirada. Pero ya sabía que era franca, su gesto amable y su sonrisa cariñosa, sus gestos denotaban un interés real en saberlo. Real. ¡Real en pleno siglo XXI! Aquella agradable e inesperada dulzura hizo desaparecer todos mis diques de contención habituales.
– Eso es bueno. ¿Pero sabes qué es más bueno?
Su calva relucía bajo la luz del fluorescente. Su mirada se había clavado ya en la mía y en un par de segundos había recorrido los – escasos – cien metros que nos debían separar. Estaba a un cuerpo de mi, y seguía sonriendo, esperando mi respuesta.
– No, ¿qué?
– Que, en los tiempos que corran, puedas responder afirmativamente sin pensártelo… eres sincero.
Y lo cierto es que no me había parado a contemplar esta realidad. Sí. Era sincero. Lo soy. Su atrevimiento no me permitió pensar una respuesta que fuera, quizás, menos evidente, más impersonal. Pero, sí, soy feliz, y sé que en aquel momento, en aquella pequeña conversación, en aquel ínfimo lugar del mundo, él también lo era.
– La vida puede ser complicada…
No fue «complicada» la palabra que utilicé. Creo recordar que fue «jodida«.
– … pero eso no quita que sea menos linda. ¿Verdad?
Y me vino a la cabeza una frase de mi querida Mafalda, una frase que me hace reflexionar a menudo, y que quise compartir con mi -sorprendente- interlocutor.
– Ya sabes lo que dicen: «la vida es linda, lo malo es que muchos confunden lindo con fácil«
Él me observó. Sonrió. Llevó su mano derecha a mi hombro y, con un hilo de voz, pronunció una última frase.
– Claro… tan sólo es vida. Es vida. Es linda. Y es lo mejor que tenemos.
Sí. Sé que es surrealista. Sé que es -casi- excesivamente positivo, pero cuando lo viví, y juró que lo viví tal cual lo estoy contando, recuerdo que una sonrisa nació en mi rostro, y entré en el coche, lo puse en marcha, y seguía sonriendo, haciendo un leve gesto de negación con la cabeza, pensando en aquel instante, descubriendo que podía ser una joya, una de esas joyas que nos regala la vida. Una linda joya.
Si fue así. Gracias. Espero que Adriana también encuentre motivos para creer que la vida es linda.
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