– Pero, ¿mi destino?– Tu destino ya está aquí. Adriana, pequeña, ha llegado el momento de aceptar tu realidad.
Más sobre el destino (es que forma parte de lo que soy: lo siento)
Esta es la historia de una verdad que jamás se nos explicó. Una historia que, de una forma u otra, nos lleva de paseo en nuestros días sabiendo que no existe vuelta atrás. Quizás al abandonar la inocencia nos olvidamos de lo que estábamos predestinados a ser, si es que jamás lo supimos, y es que hace demasiado tiempo que dejamos de ser niños y, por supuesto, ya hemos abandonado lo mucho que soñamos -entonces- con los días que ahora -parece que- vivimos.
Pero vuelvo a aquella verdad que jamás se nos explicó. Cuando escribí Los Ángeles no deberían pecar lo hice sabiendo que iba a escribir sobre el destino, sobre esa realidad que, inexorable o no, va conduciéndonos hacia lo que la vida nos tiene reservado, hacia aquello que parece (y digo «parece») que no pueda ser esquivado. Y hoy sigo en ello, quizás de otra forma, pero aún la historia de Adriana sigue estando marcada por lo mismo. Destino, realidad, revelaciones, camino… palabras que repito y repetiré porque forman parte de mí, de mi vida. Así me permito el lujo de, por fin (y perdonadme la disertación), volver a aquello «que jamás nos contaron«. Me centro, me centro. Lo prometo.
Allá voy: va de que nos enseñaron a trabajar (los que quisimos aprender a hacerlo, claro), nos enseñaron a sufrir (los que estuvimos dispuestos a ello), nos enseñaron a colaborar, nos enseñaron a comprender, diría que a compartir, nos enseñaron a esforzarnos, nos enseñaron a honrar a los que creen en nosotros y a creer en los que merecen una oportunidad, nos enseñaron cuando había que sonreír, y cuando no, y que si llorábamos teníamos que hacerlo con dignidad y siempre con una razón (más allá de si realmente era Una razón, o un Cúmulo de pequeñas razones)… sí, nos enseñaron a ser personas para vivir en este mundo que hoy día nos acoge como seres adultos. Pero jamás nos enseñaron que, en ocasiones, todo ese trabajo, el esfuerzo, el sufrimiento, la colaboración, la comprensión, la honra… todo aquello podía no servir de nada si no había un factor importantísimo que brillase en nuestro destino: la suerte. No nos contaron la importancia de esta variable en la ecuación de nuestra vida.
Y hoy, ahora, ¿recordamos lo que quisimos ser?¿qué vemos cuando nos miramos en el espejo?¿Así es cómo nos soñamos hace 20 años? Soy de la generación del 79, cumplimos los 30, y llegamos a medio camino sin haber tenido tiempo de reflexionar sobre qué estamos haciendo bien y qué no… La suerte ha acabado de dirigir nuestros pasos, los que nosotros encaminamos, ésta es la x de la fórmula matemática de nuestra vida, de nuestro destino, nada es cómo hubiéramos imaginado… mejor, peor… cada cual sabrá su propia respuesta.
Y uno (yo) se pregunta (me pregunto), ¿hay una razón por la que pasen ciertas cosas en la vida que lo cambien todo? Tengo el convencimiento que todo sucede por una motivo, he aprendido a no creer en la casualidad, sino más bien en la causalidad (si, ya sé a qué se parece esta frase… ¡viva mis referentes!. Por cierto, gran post del blog salmón), que todo lo que ocurre tiene un sentido, que si estamos en un lugar en un momento concreto y no en otro, es porque ese instante es el que nos pertenece… así es cómo por más que lo intentemos evitar, todos nuestros mundos, el personal, el profesional, todos, están regidos por ese destino caprichoso que nos regala o que nos quita, que nos ofrece o que nos devuelve… un destino que, a pesar de todo, quizás se pueda moldear con algo de esfuerzo, ¿verdad? y ¿sabéis? tengo la sensación que todo se compensa, todo lo malo -por peor que parezca- acaba siendo recompensado tarde o temprano. He dicho «la sensación»… perdón, quería decir «la convicción»… esa es la magia del destino… ¿verdad Adriana?
Por cierto, la fotografía del patio de la escuela Mare de Déu del Roser de Ripollet… parte de la culpa de quien soy -para bien y para mal- es de ellos, (la otra es de la Academia Lorido, del IES Lluís Companys y de Blanquerna…)