Capitaleando

Es curioso. El mundo puede cerrarse sobre sí mismo, replegarse y prácticamente no permitirse ni un mínimo espacio para respirar y después, sin previo aviso, expandirse de repente y convertirse en una especie de descontrolada bola de nieve, dispuesta a rodar sin freno hacia un destino diferente al previsto. Vivimos días convulsos, días de fusiones, días de rumores, de noticias contrastadas, de informaciones echadas al viento con la esperanza de llevar algo de cierto en sus pulmones, y sin embargo, seguimos pensando que lo mejor está por llegar.
¿A qué me refiero?
Las cajas se fusionan (nos fusionamos ¡qué digo!), las empresas automovilísticas se compran las unas a las otras (previa -o no- intervención gubernamental), los grupos de comunicación se miran de reojo esperando un movimiento que provoque una reacción en cadena de consecuencias poco previsibles, y nada lo detiene. El futbol crea nuevos canales, mientras los públicos se someten a debates sobre su modelo idóneo. Nos hemos acostumbrado a términos cómo ERE o ERO al mismo tiempo que miramos de reojo los tipos de interés y su relación con nuestras hipotecas. He pagado el seguro del coche, y sigo creyendo que está sobrevalorado, pero ¿qué más da?
Lo mejor está por llegar, decía. Me centro. El modelo capitalista no se ahoga, ni desaparece, ni tan sólo se transforma, sencillamente no existe. No existe puesto que cualquier planteamiento que se pueda formular sobre él se debe formular a partir de otros razonamientos, más o menos idealistas, de índole socioeconómica. Y sin embargo, estamos preocupados por salvaguardarlo. Nos preocupa reformularlo, darle la vuelta, quedarnos con lo bueno y eliminar lo superfluo, lo «malo«, lo que nos hiere en algún punto de nuestra verdadera identidad social.
Formo parte de un círculo intensísimo llamado consumismo. Soy consumista a más no poder. Consumista, emprendedor, inquieto. Me siento así, y sé que es tan sólo una opción, ni tan sólo es la mejor, pero es la que vivo, es la que he elegido, para bien o para mal. Lo curioso, supongo, es que por esta razón sigo pensando (puesto que lo he creído siempre) que, a pesar de todo, nuestra sociedad, des de un punto de vista económico, es adecuada a nuestros tiempos.
¿Por qué lo mejor está por llegar? unos dirían, quizás argumentándose en ciertos brotes verdes, que porque lo peor ha pasado… pero más allá, creo que en realidad es porque con eso que llamamos «lo peor» hemos aprendido a comprender que los ciclos nos depuran. A todos, a personas, a empresas, a instituciones, a modelos enteros, a corruptos y a currantes, a políticos y a técnicos… no importa. El modelo capitalista (llamémosle así a pesar de su no existencia real) siempre acaba juzgando. Luego, es de suponer que, una vez sometidos al juicio de la crisis, ahora sólo nos queda ir para mejor.
Ahora bien, ¿»mejor» quiere decir menos errores? no. Quiere decir una etapa de crecimiento controlado, de vuelta al consumo, al crédito, a la inversión. Quiere decir que sólo sobrevivirán los mejor preparados, los que ciertamente estén dispuestos a luchar por ser más competitivos -personas y empresas-, quiere decir que, quizás, se abran nuevas puertas al tiempo que se cierran otras… pero por supuesto queda el daño hecho, el daño por reparar y que debe ser reparado, una habilidad que se le presupone al estado del bienestar… Así será hasta que sea necesario volver a empezar.
Y todo esto ocurre, cómo decía, cuando la depuración se está convirtiendo en el día a día: uniones, integraciones, fusiones, absorciones, rumores, rumores… ¿Y después? cuando todo esto acabe, cuando el modelo haya llegado a replegarse tantísimo sobre sí mismo que estalle súbitamente dando paso a una nueva expansión… ¿dónde estaremos?
Preguntas absurdas que me han invadido hoy.
Y lo peor, Adriana, es que lo han hecho a tus espaldas. Vuelvo a Los Ángeles…

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