Días de nombres y estrellas

Aviso, para que a nadie le sorprenda este post, que yo soy un tío raro . Así que más allá de las conclusiones que saquéis, ya lo sabéis: he venido aquí a hablar de mi libro… o no. Vale no, hoy tampoco, pero prometo que mi libro sigue adelante… lo prometo. Hoy va sobre lo que veo cada día.

 

 

Y empieza así: una vez, hace tantos años que casi ni lo recuerdo, un amigo -que ahora pasa, “sólo” pasa, por ser un buen profesional de esto de la comunicación- me dijo que nuestro trabajo consistía en mirar la realidad a través de una ventana y explicar lo que veíamos. Y añadió “eso es ser objetivo” a lo que yo no quise responder –valga decir que mis silencios, en ocasiones, son la mejor respuesta–. Y hoy, en plena vorágine informativa, en pleno colapso diría yo -por tener que intentar atender a todo lo que nos rodea- sé que aquella ventana en realidad era un escaparate –tamaño Corte Inglés de Preciados– y que se nos escapan demasiadas verdades. Sí, sé que cuánto más queremos ver menos contemplamos, más ciegos estamos, y por eso pasa lo que pasa.

 

A veces tengo la –¿curiosa?– sensación de que nos moriremos todos antes de que acabe el año, probablemente víctimas de un «virus mortal que acabará con la humanidad» (lo sé: esto pareceResident Evil aunque, por desgracia, Jovovich no aparece por ninguna parte, ¡oh…!) pero, ciertamente, lo que me extraña es que aún quedemos unos cuantos vivos a pesar de todas las pandemias que nos han acechado- especialmente los que, en los mágicos90, pasamos una etapa de nuestras vidas en el Reino Unido comiendo carne de vaca loca enlatada y bañada en la negra salsa de carne de vacas más locas todavía-. Sí, aquí seguimos. Debe ser cosa de algún milagro de la ciencia. A saber. Y es que me fastidiaría morir antes de que acabe el año, porque los próximos meses prometen. Prometen cambios, prometen nombres innovadores para la nueva Caixa que ha de nacer, prometen consultas populares para ver si las estrellas tienen o no tienen sentido en esta tierra, prometen camisas azules que vuelven a asomar a las mismas calles por las que las cuatro barras van haciendo camino y el rebrote de las malditas disputas que siempre protagonizan unos y otros. Hay más: prometen renaceres políticos, sociales, culturales y deportivos, prometen buen cine y mejores festivales, prometen novedades editoriales muy interesantes -^^-… y todo visto bajo el prisma de aquella objetividad – ajá – que mi compañero –es que ahora recuerdo que tampoco era tan amigo– definió cómo la clave de nuestra profesión.

 

Nunca me he escondido. Nunca. Quise ser comunicador, quise ser escritor, aún creo que algún día acabaré metido en política –demasiado politizado estoy cómo para pensar que podré escapar de ello, lo sé – pero más allá de todo, soy crítico, y jamás me he considerado objetivo. Tengo mis colores. Tengo mi cultura. Tengo mis ideales. Así que no, no soy objetivo, es más soy tremendamente subjetivo y hago bandera de ello. Quizás por esta razón opino sin pensar demasiado en las consecuencias, quizás por esta razón me posiciono en un lado u otro cuando analizo el presente y busco explicaciones al futuro que nos espera. Y por eso puedo afirmar, por ejemplo, que no creo en puños levantados y mucho menos en manos extendidas, y que me cuesta comprender que en el mundo en que vivimos, todavía tengan lugar estos gestos pero lo respeto –se llama tolerancia, democracia, libertad… –. Sin embargo, no comparto los ataques desde los medios, sean del color que sean, ni por parte de los políticos, sean del color que sean, porqué más allá de los gestos, cada cual debe ser libre para interpretar y expresar su ideología cómo lo considere -Además, cómo dijo Savater, «lo grave es cuando meten la pata, no cuando levantan el puño«-… ¿no se trata de eso la libertad de expresión? Opinar sí pero atacar es lamentable. Tercermundista. Lo siento, es mi opinión –tela con mi opinión, lo sé, no puedo evitarlo-. Y ahí es dónde los comunicadores tenemos la oportunidad de salir de la basura, de no generar más odio, sino de mostrar nuestra realidad – la que cada uno contemple – desde la serenidad, el respeto, la confianza… y sobretodo, ejerciendo aquello que se nos presupone: la credibilidad, la seriedad, el rigor –uy, “rigor”, mágica palabra, en fin –… sería fantástico que lo único amarillo fuera el submarino aquél, ¿verdad?

 

Y ya que hablo del yellow submarine creo que será mejor que me vaya con mi música a otra parte no sin antes insistir –again, and again, and again– en que mientras seguimos mirando puños, manos, banderas, gripes, debates, fallos judiciales (mmm… fallos en cualquiera de los sentidos, ¡ale!) y/o egos enfrentados, seguimos olvidando que la realidad está más allá de aquella ventana – escaparate y que seguimos sin ser capaces de verla, porque estamos obsesionados con todas las cortinas de humo que la van tapando. Pues vaya… bonito panorama.

 

 


Y otro día sin hablar de mi Adriana… ya llega, ya llega

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2 comentarios en “Días de nombres y estrellas

  1. Personalmente guardé en un cajón la objetividad desde las clases de Burguet en la UAB. No somos máquinas y precisamente por eso no podemos ser nunca objetivos. Bajo este paraguas se ha intentado dar una aureola divina a la información y de esta forma la gente no se la cuestiona. Cuestión de poder. Suerte que la gente, en los los Social Media, están cambiando el panorama.Me ha gustado tu post, la capacidad que tienes de hablar de muchísimas cosas sin que pierdas nunca el hilo. Felicitats!

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  2. La objetividad es el eterno caballo de batalla de la profesión, es el "así son las cosas y así se las hemos contado" que tanta urticaria puede provocar… o no… pero sí, nada mejor que ser personas ante todo, y ser conscientes de nuestra subjetividad, ¿verdad?… oh! ¿Burguet? mítico Burguet, muy mítico 😉 jajajaa… es que hablar de muchas cosas se me da bien :PPetons Montse, gràcies!!

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