Y voy a explicarlo para que el respetable me entienda: soy un político en potencia. Así me he considerado toda la vida. En mi interior siempre ha existido la convicción de que debía iniciar, algún día, la carrera pública. He querido ser político desde niño, no me atrevería a decir que es mi vocación (por vocación yo me considero escritor), pero la verdad es que ese mundo siempre ha generado en mi una inquietud curiosa, una inquietud que creo que se va a quedar sin respuesta; será algo así cómo una tensión política no resuelta. Estoy pensando que, quizás, algún día escribiré un relato sobre esto, pero mientras ese momento no llegue, permitidme que os presente a un buen hombre que me crucé ayer por la calle.
Para darle contexto a la historia, diré que fue en un rincón de Sabadell (de cuyo nombre consigo acordarme pero que obviaré por motivos diversos que no vienen al caso), a primera hora de la tarde, bajo un cielo azul que no parecía propio de esta época del año. El hombre en cuestión iba andando distraído. De repente, sin que nada hiciera presagiar ese movimiento, hizo un giro brusco, se situó delante de mí, y durante un segundo me miró. Sonrió. Y espetó un sincero “los que lleváis trajes, cómo tú, sois los que me habéis dejado en la calle”. Dio media vuelta, volvió a una silla que tiene perfectamente ubicada en su pequeña porción de ciudad y dejó que su mirada se perdiera en los “culpables” de su falta de techo.
El hombre de ayer me hizo reflexionar. Más allá de su conflicto, que tiene que ver con cierto litigio contra el mundo (o contra su mundo, para ser exactos), pensé en lo mal que estamos haciendo las cosas y la poca vergüenza que tenemos todos los actores que protagonizamos esta aventura diaria. Ya no volveré a hablar de Millet, no mientras no se haya pronunciado un juez sobre su culpabilidad o no (aunque dudas, muchas dudas, no tenemos ninguno… en fin, será cuestión de confiar en la justicia), hoy quiero reflexionar sobre esa carrera que, cómo decía hace unas líneas, estoy comenzando a descartar para mi futuro. Estamos viviendo días convulsos, no tan sólo en Catalunya, también en España, y en cualquier rincón del mundo. La sociedad está podrida, porque los que deben llevar el timón no consiguen arrancar el barco del lodazal en que nos hemos metido y, aún peor, en algunos casos no dejan de hacer esfuerzos para seguirlo hundiendo más y más. Embarrancados perdidos estamos… tiene guasa el asunto.
Soy de los que se llevan las manos a la cabeza, desencantado, por la poca participación en las elecciones, y más aún cada vez que algunos de los que me consta que no han votado ponen el grito en el cielo por la paupérrima profundidad ética y moral de nuestros políticos. Corrupción es la palabra de moda. Y es fácil llenarse la boca con expresiones cómo esta o similares. Fácil y cómodo. Mucho más si se hace desde el sofá de casa. Es fácil juzgar sin ser juzgado. Pero el juego democrático exige participación, y sin esa participación está abocado al fracaso. Luego -reflexiono en voz alta- teniendo en cuenta que cada vez hay menos votos, que cada vez hay menos interés, que los que nos gobiernan no consiguen involucrarnos de nuevo en la política, y que unos hacen ver que nos mandan, otros queremos creer que participamos en el destino del país, y los terceros, se entretienen criticando a diestro y siniestro… ¿qué nos depara el futuro?
La respuesta es sencilla (o eso deseo). Un cambio. Espero que el primer cambio que tenga que llegar sea un cambio de gobierno (gobiernos, en general). Pero más allá el cambio ha de ser profundo. Deben desaparecer de una vez esos personajes que llevan décadas anclados en sus sillones, deben rejuvenecerse los parlamentos, debe modernizarse el sistema político, deben depurarse los partidos… o más aún, deben refundarse los partidos, dar un giro hacia algo que sea real, debe gobernar quien gana, debe ganar quien reciba más votos, debe existir algo tan sencillo cómo la lógica coherencia. Cada día me decanto más por un sistema americanizado (y no soy de los que se pasan la vida coreando el USA, USA!) del día a día político. Pero, más allá de todo esto, debemos levantar, de una vez por todas, alfombras, limpiar conciencias, castigar los pecados de los políticos y volver a comenzar, con seriedad, un camino transparente y franco, próximo a las personas y con unas bases económicas sólidas que permitan volver a construir un país que se ha derrumbado tan rápido, cómo rápido ha caído el sector de la construcción… ¿Utopía? ¿Por qué debemos dejar de creer en utopías?
¡Oh!… y con esto vuelvo al hombre de ayer. Sé que no le voy a olvidar. Que ese segundo va a permanecer por muchos años dibujado en mi retina, sé que recordaré (por esa extraña memoria mía) que sigue sin tejado. Que ha vuelto a dormir otra noche a la intemperie, que se prepara para el primer invierno de su vida sin cuatro paredes que le resguarden, y que parece que ya no cree en nada, ni en nadie.
¿En quién creemos nosotros? Yo sé en quién creo. Y sé en quién quiero creer…
Por supuesto, Adriana, en ti sigo creyendo. Siempre. Ya hemos llegado al final del camino… ¿o quizás sea el principio del final?
Com sempre un escrit brillant!!! segueixo insistin si algun periodista el veu, que el contraacti per fer una columna!! que el meu Xavi val mooooooooooolt!!!! i ho diu tot molt bée!!
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