
El Enigma de Adriana es un blog de reflexiones, un espacio abierto que no es ni político, ni filosófico, tampoco es específicamente cultural o social, nada por el estilo. Porque lo cierto es que todo eso, y más, tiene cabida en estas líneas siempre y cuando responda a una pregunta: ¿es de actualidad? Cuando las palabras escriben por sí solas una afirmación tan rotunda cómo la de hoy, entonces no tengo ni la más remota duda: es una de esas “historias que merecen ser explicadas”. Y sí, me refiero a Andrea Fabra, me refiero a su salida de tono (siendo benevolente) en el Congreso, me refiero al nivel político del país, me refiero al paupérrimo espectáculo que estamos viviendo.
Ojo, no seré yo quien juzgue a la diputada popular. Supongo que habrá otros mucho más preparados y mucho mejor informados para hacerlo. No diré si me creo sus explicaciones o me quedo con la versión no oficial sobre “el destino” de ese exabrupto que soltó en el espacio destinado a guiar a todo un estado (conviene no olvidar que para eso «sirve» el Congreso). No, no, jamás se me ocurriría cometer semejante irresponsabilidad, por esa razón me guardo mi opinión para mis queridos pequeños comités. Tampoco quiero hurgar más en la pésima imagen que volvió a dar el Hemiciclo, pues ya está haciendo (y hará) correr muchos ríos de tinta. Lo que de verdad me lleva a la necesidad de escribir esta reflexión es su actitud, la de Andrea Fabra, pero también la de otros tantos –muchos, demasiados- políticos españoles. Esa chulería, esa maldita sonrisa de satisfacción cuando todo se desmorona a nuestro alrededor, esa mofa, esos aplausos encendidos a un presidente perdido y derrotado, esos enfrentamientos de patio de escuela, esas “broncas”, esos representantes de la sociedad que nunca tienen la culpa, sean del bando que sean, esas soluciones que nunca aparecen porque se prefiere acusar “al otro” en vez de asumir, aprehender y avanzar…
Llegados a este punto me entran ganas de irme. No del país, no todavía, me refiero a abandonar este juego. Dejar de escuchar sus excusas, comprender que mandan los otros, los de arriba, muy arriba, por allá por donde la palabra «norte» adquiere su total significado, y buscar los caminos adecuados para salir de esta situación. ¿Cómo? Pues sin duda deberá ser con sufrimiento, con esfuerzo, con mucha implicación y con la profunda convicción de que si no damos ese paso adelante no lo dará nadie por nosotros. No los que están ahora, de hecho ninguno de los que están ahora -sean del color que sean-.
Y, ya puestos, me pregunto: “¿por qué no creamos una alternativa?” Algo real. Algo que nos permita volver a creer, que pueda ser votado en las próximas elecciones, que sea diferente a lo de siempre, a los de siempre, personas válidas, técnicas, con una buena preparación (que las hay, en todas partes, las hay y son más necesarias ahora que nunca), no políticos de tres al cuarto, sino auténticos cracks en lo suyo. Pido que “los mejores” sean los que nos gobiernen, que los que tienen el conocimiento sean los que lleven las riendas y se eche a la triste clase política de este país, que se limpien esas polvorientas y casposas poltronas que ocupan desde hace años y se construya algo mejor con ideas adaptadas a las necesidades de hoy día. Pido un “bye bye, dinosaurs!”
El mundo necesita talento, nosotros necesitamos que ese talento salte a la palestra. Mirad las caras de los que se sientan en el congreso. Mirad sus rostros y preguntaos cómo nos van a hacer avanzar si han perdido -lo siento pero es así- el contacto con la realidad. ¿Por qué aplauden que el presidente presente el mayor ajuste de la historia? ¿Por qué no bajan la cabeza y se avergüenzan? ¿Por qué los que mandaban cuando todo se desmoronó tampoco asumen su parte de culpa? No niego que la situación sea la que es, sé que no existe un plan perfecto para salir de esta crisis, que probablemente de una forma u otra siempre será necesario hacer sacrificios, pero ¿de verdad vamos a vitorear eso? ¿De verdad vamos a sonreír ante esta situación? ¿En qué pacotilla de país nos hemos convertido?
Tenemos las herramientas para llevar adelante ese cambio. Somos inteligentes, somos jóvenes, somos civilizados, vamos a sufrir para ganar, pero lo vamos a conseguir, que nadie lo dude. Eso sí, por favor, cuando tengamos de nuevo la oportunidad de escoger quien nos va a representar en el congreso, dejemos claro que ya no somos los mismos que fuimos, que no todo vale, que no creemos en la caspa, que no somos un país de pandereta, que sólo los buenos pueden gobernar y que lo vamos a apostar todo al talento.
¿Es así o no es así, Adriana…?
Un comentario en “La maldita sonrisa de satisfacción”