Vives en una gran ciudad. Vives ajetreado. Vives sin tiempo para ver como crece todo aquello que te hace feliz. Vives oliendo el mismo humo cada día. Vives en silencio para no tener que escuchar ese ruido que te rodea. Vives avanzando sin poder disfrutar de cada paso. Vives porque tienes que vivir, vives porque alguien te dijo que se tenía que vivir así.
Él no. Él decidió dejarlo todo, y de la mano de Ella, abandonar esa gran ciudad, abandonar ese ajetreo, abandonar el humo, el ruido, y darle la mano a lo que deseaba ver crecer, darle la mano al tiempo que, de alguna forma, se hizo mucho más maleable, mucho más accesible, mucho más real. Él no vive en una gran ciudad, Él vive alejado de todo, Él cumple su sueño cada mañana, al abrir los ojos, contemplar su vida y comprender que hizo lo que debía hacer. A Él le conocí hace poco, muy poco.
¿Y si lo que nos da la vida es eso que no forma parte de la ciudad, del ajetreo o del ruido? ¿Y si todo está al alcance de tu mano, a tu lado, justo en ese instante que separa un “sí” o un “no”, un “por qué” de un “lo haré”? ¿Y si cada vez que compartes tu voz alguien te escucha para convertir algo tan poco habitual como una larga, sincera, desinteresada y fascinante conversación entre desconocidos? ¿Y si te digo que no hace falta que lo dejes todo, que sólo debes mirar a tu alrededor y contemplar todo lo que tienes y que apenas disfrutas?
La vida no es solo lo que nos sucede, es lo que decidimos que nos suceda. Así lo escribí hace ya cierto tiempo, en esta «Madrugada de Luna«…
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