Un momento, un momento, que se detenga esta carrera contra el tiempo. Permitidme que haga una pausa en este camino que nos lleva hacia adelante, siempre hacia adelante, y que apenas nos deja saborear esos momentos que nos han convertido en lo que somos. Acabo de estrenar el 35 en mi casillero, lo cual implica (entre otras cuestiones) que ya puedo participar en los torneos de veteranos de tenis o que he superado con éxito (por fin) la edad que marca la fina línea entre la inmadurez y, por consecuencia, su opuesto (Jorge Gonzalo y Ricard Franco sé que me entenderán). Y todo esto sin apenas haber tenido respiro desde que hace, exactamente, 10 veranos naciera la idea de esta Adriana que, sin quererlo ni pretenderlo, se ha convertido en más que un simple personaje de ficción.
Así que yo hoy cumplo 35, Adriana cumplirá pronto 10 años (uf) en las páginas de “Los Ángeles No Deberían Pecar”, y no puedo evitar esa poco recomendable (lo sé) tentación de echar la vista atrás para observarme a los 25. Gran edad. La edad que lo cambio todo. La edad en la que decidí que iba a ser escritor (lo fui, lo soy -a veces-), la edad en que me prometí que no pararía hasta tener éxito (aunque entonces no supiera exactamente a qué me refería), la edad en que aposté por una idea que funcionó, la edad en la cual me prometí que 10 años más tarde sería “alguien”. Hace 10 años que tengo 25 años, 10 años que trabajo para cumplir conmigo mismo todo cuanto me prometí, 10 años de aquel verano nefasto en el que los médicos se sentían incapaces de decir qué le pasaba a mi cuerpo, 10 años desde que temí porque jamás iba a poder jugar a tenis como hasta antes de aquel 13 de julio, 10 años desde que empecé a escribir las primeras líneas de esa novela que, no es ninguna sorpresa, se convirtió en el refugio de mis miedos y preocupaciones. 10 años de esos 25; tal vez haya llegado el momento de volver a empezar, ¿no te parece Adriana?
Porque mirado así, con la ventajista perspectiva del tiempo, cumplimos, Adriana, con todo lo que nos propusimos. Te creé, llegaste al negro sobre blanco, y algún día cerraremos el círculo que empezamos contigo. Y, más aún, aquellos otros personajes que en ocasiones aparecían por mi imaginación, encontraron también su acomodo mientras yo pensaba que podría escribir más, escribir mejor (porque me queda tanto por mejorar) y ser más creativo. Sí, tal vez ese sea el reto que me pongo para dentro de 10 años: quiero haber escrito más y mejor, quiero sorprenderme, sorprenderte, sorprender; quiero no aparcar ningún sueño y agarrarme a lo que me hace real, a lo que me hace ser quién soy.
Y más, mucho más. Superé aquel verano y volví a las pistas. Sí, nunca volvió a ser exactamente como antes, pero no me puedo quejar. Disfruto del tenis, disfruto de cada instante de desconexión que el deporte me regala, y no puedo desear nada más. No hay nada que no me haya dado la tierra batida, por lo que sólo quiero seguir disfrutando de ella, y será mucho más allá de los 40, le pese a quién le pese.
Además, ya sé qué es el éxito. Y, ojo, no tiene nada que ver con categorías profesionales, con cantidades de libros vendidos, con entrevistas, ponencias o mesas redondas, no tiene nada que ver con sueldos o salarios, ni con felicitaciones o recomendaciones, no, el éxito es tener la vida personal que siempre soñé tener al lado de las personas que más aportan y más suman en mi vida. No sería quién soy si conmigo no tuviera toda esta comunidad de amigas y amigos (entre los cuales, sin duda, estás tú al llegar a estas líneas) que me hacen mucho más rico de lo que jamás hubiera podido llegar a imaginar cuando cumplí los 25.
No está nada mal, Adriana, todo lo que hemos logrado. Pero no somos fáciles de satisfacer, ¿verdad? #DontStopMeNow!