Somos pedantes por definición, cada día estoy más seguro de ello. Nos hemos acabado creyendo tanto todo eso de la “marca personal” y de la “presencia digital consolidada” que al final nos vestimos en trajes de luces imposibles de definir para aparentar algo que ni somos ni seremos. Trajes de luces decía, sí, y muy bien ornamentados para que las faenas brillen más, para poner en juego un talento que se nos presupone y que en muchas ocasiones se viste de seda a pesar de estar tejido en esparto.
Te voy a hacer una confesión, Adriana, detesto los trajes de luces (sean del tipo que sean y sirvan para la faena que sirvan). Ayer me vestí de negro, lo cual tampoco es una gran novedad, y mientras me observaba en el espejo pensé en lo desnaturalizados que nos hemos vuelto. Nos disfrazamos, por dentro y por fuera. Disfrazamos nuestras palabras y nuestras emociones, pero también nuestro aspecto y nuestras costumbres. Son esos trajes de luces que se han hecho con nuestra vida. Visto de negro, llevo tejanos ajustados y, en ciertos entornos muy tradicionales, me apodan “moderno” o “Loquillo” mientras algunos no pueden evitar reprimir una mueca de desagrado porque no sigo las normas que se marcaron hace un siglo. No, no estoy hecho a su medida. Ni a la de ellos, ni a la de esos trajes. Tal vez aquí resida la raíz de mi problema. Soy incómodo, por lo que digo, por cómo lo digo, por cómo me expreso, por cómo lo visto.
Porque sí, los trajes nos visten y las palabras nos definen. Y creo que no hay mejor marca personal que aquella que nos retrata de verdad, la auténtica, la que nos acompaña a un lado y a otro de la pantalla, de la mesa del despacho, o de los muros de una oficina. Ni entiendo ni comparto que debamos construir identidades basándonos en criterios que alguien inventó para (presuntamente) ser socialmente más respetados, o vestirnos con luces de colores que nos hacen ser exactamente iguales los unos a los otros sin sacar provecho de todo aquello que de verdad nos hace especiales, diferentes, únicos. Lo juro, no hay nada mejor que ser único. Y en lugar de poner en juego esa unicidad, en vez de aprovechar lo que cada uno de nosotros puede aportar, nos vamos convirtiendo en seres tristes, ocultos bajo capas de un feo conservadurismo políticamente correcto que no nos lleva a ningún sitio…
Eso sí, no te equivoques, los que se visten de luces y utilizan en cada frase una o dos palabras en inglés para demostrar que están por encima del bien y el mal, esos llegarán antes a la cima. Lo que te tienes que preguntar es si quieres estar arriba a cualquier precio, o prefieres sentir que lo que has construido es realmente lo que te define y sentirte orgullosa de ello. Yo apuesto por ser auténtico. Apuesto por el esfuerzo, la dedicación, la implicación. Apuesto por hacer brillar a los que me rodean antes de salir yo en las fotos. Apuesto por creer en el talento, por la colaboración, por decir la verdad, por tender puentes y ayudar a saltar trincheras. Yo apuesto por no poner trampas esperando que otros caigan en ellas y sacar provecho del momento. Yo no dejo cadáveres por el camino, prefiero sumar más gente que me ayude a resucitar cuando otros decidan acabar conmigo. Porque pasará, por alguna razón los que se visten de luces se apodan “matadores”…
Por eso, yo tengo clara mi respuesta. Yo no lo quiero todo a cualquier precio, quiero que lo auténtico sea lo que me guíe. ¿Y tú?
Por cierto, Adriana, ahora que sí eres real, ahora por fin sí te puedo dar la bienvenida, a este mundo, a tu mundo.