Lo que diga la rubia

Había pensado titular este post con un tópico a lo “pandereta y charanga”, probablemente me hubiera quedado con estas dos referencias a lo autóctono, a lo que parece que mejor sabemos transmitir a todo el mundo, pero –obviamente– he preferido quedarme con la rubia. Luego lo explico porque prefiero empezar por el principio.

Empieza así: viajar con el pasaporte español es, casi siempre, sinónimo de ser considerados, allá donde vayamos, bailadores de flamenco en potencia o bullfighters, lo cual implica que nos ven corriendo delante de los toros (eso si no los toreamos directamente) al tiempo que vamos por los rincones cantando saetas. Y parece que tenemos que estar contentos con esto. Pues yo no.

Porque no me gusta el flamenco, tampoco las sardanas –todo sea dicho–, porque no soporto el cante jondo ni nada que tenga que ver con ir soltando gritos a modo de “uy que bien que canto y qué emoción pongo en las letras, aaaayyyyoooo”, porque estoy encantando con la prohibición de las corridas de toros en Catalunya (un motivo más por el que me siento orgulloso de ser catalán), porque no me van a ver con pañuelo rojo y camiseta blanca corriendo delante de los astados rezumando adrenalina al tiempo que esquivo una embestida -para eso, prefiero tirarme en paracaídas, mira-. No. Nada de esto. Y me preocupa que sea lo que vendemos de puertas afuera. Que si viene Tom Cruise a rodar una peli a España (una o dos, es igual), nos dejemos poner, por todas partes, corridas de toros, faralaes y que los oriundos hablen un idioma más parecido al mejicano que al español. Que si viene Woody Allen a hacer una postal de Barcelona, aparezca un  guitarrista en mano en un parque de la ciudad con aspecto flamenquero. Y, menos aún, que nos parezca fantástico que todas las tiendas de souvenirs se harten de vender a los extranjeros esos recuerdos en forma de muñequita gitana con vestido flamenco y brazos en alto, pelo rizado y peca en la mejilla, o el toro de Osborne, por no decir el que representa al pobre animal banderilleado, o el sombrero mejicano, entre tantos otros.

¿Alguna vez hemos reflexionado sobre qué imagen tenemos de nuestros países vecinos? ¿Qué tópicos conocemos de los franceses? ¿De los alemanes? ¿De los “sirs” ingleses con la taza de té siempre en la mano? Ellos cuidan su imagen y promueven lo que les hace respetables. Incluso los italianos trabajan en abandonar los tópicos que les han perseguido siempre… y nosotros, ¿de verdad queremos seguir formando parte de la historia cómo ese país que siempre lleva unas castañuelas en la mano?

El problema, pero –ahora enlazo con el titulo, gracias por la paciencia– es que para borrar esa imagen deberíamos conseguir cambiar cosas como que todo un país se pare cada vez que la ambición rubia española y sus historias sobre el torero, la mujer del torero, el padre del torero, los hijos del torero, los animales del torero y la madre que los trajo al mundo a todos, se emitan en prime time y sean líderes de audiencia. Lo que dice la rubia va a misa en este país. Y mientras sea así, seguiremos paseando la pandereta y la charanga por el mundo… o eso, o nos vamos independizando de esa imagen y de lo que conlleva.

¿Quién quiere ser el conversor de este Belén?

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