Hoy en día vivimos, cada vez un poquito más, absortos en nuestros respectivos Time Lines. Sumidos en esa vorágine de lo instantáneo, de lo que no va más allá del recuerdo lejano de algunos caracteres escritos en cualquiera de esas redes sociales que nos tienen medio corazón robado. Es así, no existe el tiempo, somos críticos, sí, somos realistas, a veces, leemos, hablamos, compartimos, interpretamos, sumamos y al final, siempre volvemos a empezar. Tema tras tema, trending tras trending. La vida, esta vida que estamos creando, es así, nada se detiene, prácticamente no existe un segundo para la reflexión, porque todo sucede de repente, casi sin previo aviso, y cuando lo sabemos con antelación, también lo aprendemos a convertir en algo fugaz.
Hace algo más de un año escribí una reflexión en este mismo blog, titulada “La política y el hombre de ayer”. Trescientos y pico días más tarde, lo único que ha cambiado en su mundo, en el de aquel hombre, es que ya no puedo saber nada de esa persona. No sé qué se hizo de él. No sé si trabaja, no sé dónde vive, ni si puede comer cada día, no sé dónde duerme ni tampoco sé si su realidad va mucho más allá de esa gran plaza en la que se presentó, por primera vez, en mi vida. No. No lo sé porque, sencillamente, desapareció como desaparecen los tweets en mi timeline, a una velocidad de vértigo, prácticamente sin dejar otro rastro que un vago recuerdo.
Decía, hace un año, que era necesario un cambio. Las cosas no iban bien, entonces, y siguen sin ir bien, ahora. En diez días elegimos un nuevo presidente para la Generalitat de Catalunya, y hace tiempo que me invadió una extraña sensación: va a ser un poco más de lo mismo. Detrás de un photoshop ligeramente más disimulado que en otras campañas -aunque en algunos casos burdo y excesivo- vemos a un Montilla vestido de azul, a lo superman del pueblo, enmarcado en un –por supuesto– fondo rojo y un mensaje que definiré como curioso. Por cierto, al President alguién le ha pintado su insignia de la Generalitat de color azul, se ve que la edición de fotografías se hace ahora siguiendo el dictado de la “brocha gorda”. A su lado, en cualquier calle, ondea Sánchez Camacho, haciendo gala de su españolidad catalana (sc), en fondo azul y esas letras blancas que siguen prometiendo lo imposible. Mas, en un blanco inmaculado, promete un futuro mejor. Puigcercós ha cambiado la agresividad gráfica de las últimas campañas de ERC por un entorno idílico rodeado de florecillas y pajaritos, cómo si la realidad fuera un lugar made in Disney, lo cual me lleva a la conclusión de que ellos no saben en qué mundo viven, y Rivera sigue apostando por ir desnudando a la gente aunque, esta vez, parece que él ya es demasiado importante para seguir yendo sin ropa por el mundo. Me pregunto si los de Ciutadans creen que con ese cartel quieren demostrar que están limpios de pecado, incluso del original. Vale… Los hay que prometen hacer política verde, si bien a mí me preocupa más que hagan política efectiva para salir de la crisis, y estoy intrigado por saber qué va a pasar con Laporta y Carretero, dos recién llegados que prometen dar guerra. Pero, una vez visto todo esto, la pregunta que hace que me devane los sesos es ¿esto es el cambio? ¿Éstos van a protagonizar el cambio?
Al más puro estilo anglosajón diré aquello de “no way!” Si más no, la mayoría de ellos, no, con todos mis respetos, pero no. No en un país que se rasga las vestiduras y pierde tiempo legislando sobre apellidos, cambiando abecedarios o poniendo excusas ridículas a gestiones imperfectas desde tiempos remotos. No en un país que se gasta lo que no está escrito en recibir al Pontífice, vaya por delante que respeto su visita pero no comparto el brutal dispendio del que se acostumbra a rodear la Iglesia en todas sus actuaciones públicas demostrando una total indiferencia y falta de sensibilidad hacia los problemas reales de las personas. No en un país que se lame las heridas y se endeuda hasta las cejas prometiendo pagos carísimos a medio plazo cuando a duras penas podemos prever lo que sucederá mañana. No. Sin duda la gran mayoría de aquellos que mencionaba no pueden protagonizar un cambio porque ellos representan la continuidad de un modelo arcaico, triste, derrotista, de manos atadas y pensamientos obsoletos.
Recordaré una vez más la frase acusatoria que me dedicó aquel desconocido hace un año, aquel sincero “los que lleváis trajes, cómo tú, sois los que me habéis dejado en la calle” me dejó helado, pero me hizo reflexionar. Nos equivocamos, sí, pero ¿nos estamos dando cuenta? ¿Nos vamos a acabar refugiando en cualquier ideología adquirida de fuera para soportar el miedo a la crisis? Quiero pensar que en 2011 todo cambiará, pero en ocasiones me cuesta pensar que nuestro país esté preparado para modificar el rumbo… al final seguiremos rezando para que todo pase, para que nada se quede, para que otros 140 caracteres sustituyan a los anteriores, que una nueva actualización de estado borre la última que pusimos, para que la globalización se lleve nuestras preocupaciones hacia un lugar que lo está pasando peor para que el instante no perviva.
Menos de quince días por delante para cambiar todo un rumbo. ¿Nos apuntamos al cambio, Adriana?
Un comentario en “Mis dos céntimos…”