Que la tierra se dirige a una hecatombe nuclear es algo -casi- sabido. De hecho, debería haber pasado ya. ¿Quién no ha leído algún libro, escuchado algún falso noticiero, seguido alguna serie apocalíptica de esas que nos tienen enganchados cada noche detrás del portátil o, cómo mínimo, visionado algún producto fílmico de los que se llaman películas futuristas, donde la vida hace puf de repente? Sí, por supuesto, hace décadas que lo aventuramos, décadas que pronosticamos que, alguna noche, más tarde o más temprano, veremos llegar ese momento confortablemente refugiados seis metros bajo tierra acompañando a un Adán que estará esperando -ansioso- que llegue el instante de salir para encontrar a su Eva.
Abundan los que dicen que será un dictador histriónico el que apretará el botón rojo. Quizás. Pero podría ser –¿podría?– que no fuera ni dictador, ni histriónico, el que ostente el poder –democrático, qué cosas- de ejecutar tal maniobra sin importar las consecuencias. Quién sabe, puede que el Apocalipsis llegue en forma de reacción en cadena, que el mundo se detenga sin aliento, detrás de una pantalla -pongamos de un iPad2, por eso de la novedad- observando como unos twitteamos que aquí, allá, y en la otra punta, saltan todas las alarmas por un fallo masivo de las nucleares del mundo, que no habrá un mañana, que el mundo se acaba, y será -os lo aseguro- trending topic mundial.
Cuidado, nada está más lejos de mi intención que frivolizar lo que está sucediendo en Japón. Al país nipón, pero sobretodo a todos los cientos de miles de personas que han visto afectada tan dramáticamente su vida, les hago llegar, desde este Enigma de Adriana, mis mejores deseos y algo más. Pero lo que está sucediendo al otro lado de ese pacífico que se volvió brutal, o peor, lo que ya ha cruzado el atlántico -que no es poco- es de juzgado de guardia. No voy a defender, ahora, las centrales nucleares, o la energía nuclear, menos aún cuando todavía espero a que alguien me explique por qué demonios se niegan sistemáticamente a implantar con convicción energías más limpias, más seguras, más justas e incluso baratas -incluso… a ver si esta será la razón-. Lo que me mueve a escribir hoy, lo que me lleva a usar esa cierta pátina de cinismo en los dos primeros parágrafos, a mirar hacia mi mundo y pensar que estamos locos, locos, locos de remate, son informaciones como estas:
It’s True: Geiger Counters Have Sold Out in Paris
The rumor started spreading around Twitter early this morning: geiger counters are now sold out in Paris, it said. But is it true? Yes, it is. According to one manufacturer based in the French capital, panic buying has swamped suppliers not just there, but worldwide, since the earthquake, tsunami, and nuclear alert in Japan.
Germany Geiger Counter Suppliers Run Out After Nuclear Fear
German Geiger counter suppliers including Conrad Electronic SE have sold out of the devices after demand from private and industrial customers rose because earthquakes in Japandamaged nuclear power stations
¿De verdad? De repente Europa -y, de paso, el mundo que llamamos occidental- ha descubierto el peligro de las nucleares. Los alemanes iban a potenciar su programa pero ahora –oh– ya no. ¿Me van a decir, cómo siempre, que los humanos somos una especie tan poco adaptable al medio y a sus constantes cambios que seguimos viviendo de la improvisación? No sé si sorprenderme o intentar comprender que el miedo es y será siempre la mayor de las emociones, una de las pocas capaces de mover montañas… Y esta montaña tiene un tamaño propio de las ocho mil.
Partiendo de esta premisa no ha de resultar extraño que en Francia se agoten los lectores Geiger por miedo a un reacción en cadena que acabe con todas sus nucleares -aunque no sé de qué serviría el medidor en tal caso… debo discutir con calma este punto con algún comprador del mismo-. En un par de días un vendedor de seguros llamara a la puerta de casa ofreciéndonos un Seguro AntiRadiación, según el cual, los que nos sobrevivan cobrarán tal o cual importe como indemnización, ampliado en un 150% si el tomador no tenía preexistencias nucleares en su entorno.
Seamos serios. Estamos tan sometidos hoy al riesgo nuclear como lo estábamos hace quince días. Y ni tests de estrés ni pruebas de resistencia pueden prever, realmente, algo como lo sucedido en Japón. Así, si no somos capaces de mantener la calma, avanzar y evolucionar, silenciar a ese homínido que vive en nosotros y que, ante un ataque de pánico, nos pide que compremos más y mejores máscaras anti-gas y medidores de radiación, entonces me temo que habrá pocas batallas vencidas. Porque, no nos engañemos, afrontamos una década que va a describir nuestro futuro, nuestra existencia, y la de los que nos vengan detrás. Ha llegado, sin duda, el momento de estudiar alternativas, de no dejar que nos digan qué o como, de exigir más, de hacer uso de ese derecho que nos han dicho que tenemos.
Eso y algo más. Menos medidores Geiger y más colaboración, más solidaridad, más confianza, más implicación. El mundo se tambalea a raíz de la crisis Líbia. Las revueltas de los países del norte de África están dejando muertos, hambre y -más- pobreza. En Japón decenas de miles de personas lo han perdido todo, muchas de ellas incluso la vida… y aquí, en el mundo occidental, en ese mundo que se jacta de lo evolucionados que estamos, de lo guapos que somos y de lo bonito que nos queda el traje cada vez que vamos a hacernos una foto, escogemos dejamos llevar por los mensajes alarmistas. Se tiene tanto miedo a morir que nos olvidamos de los que están enterrados bajo cientos de quilos de escombros, estamos tan preocupados en cubrirnos las espaldas por algo que, de momento, no deja de ser improbable, que nos comportamos como seres pequeños, minúsculos… incapaces de sacar la cabeza de su agujero, y empezar a escribir una nueva historia. Por suerte, no todos son así. No todos.
Quizás, esa sea la razón por la que cada historia merece ser escrita, ¿verdad Adriana?