La infamia es algo curioso o, mejor dicho, la infamia es caprichosa. Uno se puede pasar la vida construyendo una reputación, labrando un porvenir, gestionando sus recursos para intentar pasar a la historia y, de la noche a la mañana, tras llegar a lo más alto y gobernar el mundo (léase en clave metafórica), caer en desgracia por y para siempre. Y, si la infamia es caprichosa, la hipocresía es poderosa, nada sutil y tremendamente efectiva. Así, si a la infamia se le suma la hipocresía el resultado es dramático para la sociedad.
Y todo eso el día en el que, por alguna razón, vuelvo al Enigma y lo hago titulando con la “Era Armstrong”. ¿Por qué hablo de Armstrong, de infamia y de hipocresía? ¿Quién es el infame? ¿Quién el hipócrita? ¿Y qué pinta Lance aquí y ahora? Pues bien, en este mundo no existen preguntas sin respuesta. El infame no es solo el ex-ciclista, el infame es todo aquel que, siendo acusado, ahora es culpable salvo que se demuestre lo contrario, porque ya nadie cree en nadie. ¿Y el de la hipocresía? Pues tampoco lo es, solamente, el tejano, no, “los hipócritas” lo somos todos, todos y cada uno de los que queremos creer lo increíble, de los que alabamos lo que sabemos imposibe, todos y cada uno de los que, sabiendo lo que saben, aún piensan que el ser humano es honesto por encima de todas las cosas. Y entonces llega Lance Armstrong, y detrás unos cuantos más, y aparecen papeles, y suenan nombres, y los unos miran a los otros, los otros a los unos, y nadie abre la boca, y si la abren es para repetir lo que el de la pulsera amarilla repitió hasta la saciedad, y esa inocencia no existe, porque nos la han robado, y ya nadie es auténtico porque, al parecer, todos han pecado (permitidme este guiño a Adriana…).
Así nace la nueva #EraArmstrong. Una etapa que lo va a cambiar todo. Nuestra historia no volverá a ser nunca más la misma. Verás a deportistas superando sus límites y pensarás que “no existen los milagros” y cuando alguien ponga en tela de juicio la legitimidad de sus logros y ellos los defiendan a capa y espada recordarás a Lance jurando su inocencia. No, ya nada volverá a ser lo mismo. Porque cuando un cargo público niegue hasta la saciedad haber recibido un sobre, tu confianza en ellos habrá siso sacudida tantas veces que no podrás evitar cruzar los brazos, fruncir el ceño, arrugar el gesto y apretar los labios para no decir algo que no merece ni ser pronunciado. Es así, tú ya no crees en nada. Ya no.
Lo dicho, Adriana, bienvenida a la #EraArmstrong. Cada vez queda menos de lo que se construyó…