
“… andaban perdidos, errantes, tropezaban con las raíces que sobresalían de aquella tierra fertil que pisaban nerviosamente. El primero, el alto, parecía salido de una vieja película de serie B, con la mandíbula desencajada, los labios ensangrentados y su mirada perdida. La otra, más pequeña de estatura pero infinitamente más inquieta, apenas podía sostenerse de pie y rozaba constantemente su barbilla contra el barro, holisqueando y rastreando, esperando encontrar aquello que ambos habían perdido. Gruñían, siquiera hablaban, se comunicaban tal cual animales, los olores les impulsaban a seguir avanzando, en busca de esos cerebros frescos, de carne que les alimentara, de algo que masticar, algo con lo que poder saciar esa horrible hambre que les atenazaba. Y así fue cuando él, el hombre de la ciudad, dio con ellos. Y al encontrarse cara a cara con aquellos dos despojos humanos, apenas dudó un segundo antes de vaciar el cargador de su viejo Colt del 45 de principios del siglo XX. Por supuesto, no acertó. Ellos, en cambio, sonrieron al darse cuenta que su búsqueda había llegado, si más no por unos minutos, al final del camino.”
¿Nunca habéis tenido la sensación de vivir entre muertos vivientes? Esperad, que reformulo la pregunta, ¿no os parece que el mundo está lleno de personas cuyo único objetivo es repetir la misma rutina y, a ser posible, evitar que algo o alguien cambie? Como si todo estuviera destinado a permanecer igual, como si pensar fuera lo anormal, lo raro, tener cerebro solo como una absurda degeneración de la naturaleza que solo sirve para que otros los devoren en ese ejercicio supremo de alimentarse del otro, de su talento, de su inquietud, de su perseverancia.
Es curioso este mundo que encuentra extraño que una persona nos pare por la calle y nos sonría, pero que en cambio acepta como lo más normal que nadie te salude al cruzarte. Curioso que se entienda que uno deba trepar por encima de los demás para destacar, en lugar de asumir que el esfuerzo, la creatividad o la implicación sean los valores que nos diferencien de la mediocridad. No sé, será por eso que el mundo, nuestro mundo, está lleno de zombies. Y, digo yo, ¿qué pasaría si le damos la vuelta a la tortilla y, en lugar de adorar muertos vivientes, dedicamos más interés a los otros? Porque esos otros tienen algo diferente que contar, que dibujar o que escribir… ¿Qué puede suceder si lo hacemos?
No debemos esperar a que vengan de otros mundos… ¿verdad?
(fuente: kanalRetro)
Menuda fusión rara me ha salido hoy…