Estar, y estar…

Lo que escribí dice sobre mi casi tanto como lo que archivé en el cajón de las ideas brillantes. En ocasiones lo abro, rescato alguno de esos pensamientos, juego con él, lo resigo con suma atención, reviso los detalles, planeo su camino y dibujo un recorrido que acaba convirtiéndose en otro retazo más que me espera, justamente, en aquel mismo espacio. Y, allí, aguarda. Tiene paciencia. Ha aprendido a tenerla porque, al final, acabará encontrando su lugar entre mis letras, eso y mucho más. El tiempo acaba siendo el mejor de los aliados.

Lo que escribí me lleva a definirme no como quien fui, sino como quien soy . A comprender lo mucho que he cambiado, todo lo que ha significado ese camino que me ha llevado a ser la persona que me encuentro en el espejo cada noche, a explicar lo que construí, lo que destruí, lo que anduve para conseguir que las huellas que dejaba atrás no fueran más que un rastro, sólo eso, mi rastro. Ese que cualquiera hubiera podido seguir pero que únicamente los valientes fueron capaces de comprender, de acompañar, de aceptar. Estar y estar. No es lo mismo, nunca lo fue. Nunca fue un “estar” gratuito, como nunca fue un “estar” fácil, nunca lo pedí, pero tampoco esperé que fuera un “estar” condicional, o un “estar” de conveniencia, o un “estar” vacío. Supongo que eso también lo aprendí.

Lo que escribí rellena de trazos negros el blanco de las hojas que me aguardan cada mañana al abrir los ojos. Las historias nunca empiezan de cero, no hay un nuevo libro por imaginar que implique que el anterior ya se acabó. No pasa. Todo va ligado, existe esta especie de continuo movimiento que nos lleva, más o menos acompasados, hacia adelante, siempre en la misma dirección, tomando decisiones, provocando reacciones, moviendo las alas y esperando que en ese ejercicio los huracanes provocados sean lo más benévolos posible. Porque lo que escribí no es mejor que lo que escribo, ni mucho menos, porque cada nuevo capítulo lleva una parte de mi que hasta ayer no existía, un aprendizaje que no tenía, una mirada que no conocía. Porque quien soy hoy es la suma de cada ‘ayer’. Y cada uno de esos días han acabado llevándome a este momento, precisamente a este instante, en el que estoy, justamente, donde quiero estar, como quiero estar, con quien quiero estar, porque quiero, porque lo que soy depende de mi y de las personas que han querido estar aquí. Estar y estar, de nuevo. Sí.

Por eso, porque lo fácil es mirar hacia otro lado cuando las cosas van del revés, porque las lecciones se dan siempre desde las atalayas que confieren las falsas posiciones de superioridad moral, porque me han demostrado que los que no querían estar ya no están, y los que sí era necesario que estuvieran vinieron a quedarse para siempre, este soy yo, ahora. Soy yo con todo lo bueno y lo malo que he hecho durante mis 37 años, con todo lo que he vivido y sentido, pero sobretodo soy yo con la serenidad que confiere el saber que llega un punto en el que todo se revela con una claridad aplastante, el comprender que el valor de las personas va mucho más allá de lo que había creído antes, que ya nada es aparente, todo es real, y lo es para siempre. Por eso, lo que escribí, lo que escribo y lo que escriba, seguirá dibujando lo que somos y seremos. Ahora. Mañana. Siempre.

Por si no había quedado claro, hablo de esto…

Y, por eso: MMiM

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